Me llamo John Keel

Me llamo John Alva Keel. Nací en 1930, en Nueva York, y morí en 2009.

A los doce años publiqué mi primer artículo en una revista especializada, y a los catorce ya colaboraba regularmente con un periódico local. Pero pronto me di cuenta de que eso no era para mí; lo cotidiano formaba parte de un mundo en el que yo ya no podía creer.

¡Es que nadie ve el patrón!

Así que empecé también a colaborar en revistas de ciencia ficción. Escribí varios libros y, en 1976, comencé con mi boletín Anomalías. Hoy día cuestan una pasta; aun así, si tienes algún ejemplar, te pediría que no lo vendas y lo divulgues tanto como puedas, pues ahí está la verdad. Mientras otros niños jugaban al béisbol —vaya estupidez— o coleccionaban estampitas, yo leía sobre fantasmas, monstruos y lucecitas en el cielo.

Si quieres que te describa en pocas palabras cómo soy, y naciste aproximadamente cuando comencé con mi boletín Anomalías, lo resumiré en un nombre, o más bien en un apellido, y enseguida una música machacona comenzará a sonar en tu cabeza: Mulder.

Mi obra más famosa es Las profecías del Mothman. De esa figura ya os hablaré en próximos posts, pues este autor onírico ha decidido traerme de vuelta de sus sueños para que sea yo quien os hable de misterio en esta nueva categoría de su horroroso blog. Por cierto, odio el nombre que se le dio a mi novela; para nada deja ver lo culto y documentado que estoy. El título original, que mi editor decidió cambiar (lo observo por si sus movimientos son torpes), era El año de la Garuda (la Garuda es un ser alado de la mitología hindú, mezcla de hombre y águila. ¿Hombre polilla? ¿De verdad?).

Fui, o soy, considerado uno de los principales representantes de la ufología. Ya en uno de mis primeros números doy unas pautas de cómo registrar los casos de avistamientos, que a día de hoy siguen vigentes, a saber:

  • Recoger los hechos básicos con precisión: fecha, hora exacta, duración del suceso, coordenadas, condiciones atmosféricas y número de testigos, entre otros datos.
  • Recoger lo observado por el testigo sin interpretación, evitando expresiones como “platillo volante”, “nave” o “extraterrestres”. ¿Os he dicho que me parece una jilipollez lo de UAP? Pues os lo digo. Además, esto es importante, ya que todas las fotografías o videos que saquéis parecerán hechas con un móvil NOKIA de primera generación y con el pulso del mismísimo Michael J. Fox. Cuando yo nací, aún no estabais bajo la dictadura de lo políticamente correcto, así que si os ofendéis es solo porque habéis incumplido la regla dos: no interpretar ni juzgar.
  • Registrar efectos secundarios del avistamiento, no de la ingestión de sustancias recreativas antes o después del suceso; eso comprometería la veracidad del testimonio.
  • Observar al testigo. Aquí no añadiré nada más a lo que he dicho en el punto anterior.
  • Registrar anomalías asociadas. Esto es importante. No, no existen las casualidades, y menos alrededor de este tipo de fenómenos. Si te visita un tipo vestido de negro, con movimientos torpes, como si no controlara aún su cuerpo y sacado de una factoría que los fabrica en serie… chico, tu artículo va por buen camino.
  • Investigar el contexto histórico y folclórico. Arremángate y mancháte de tinta. No confíes en el ChatGPT; en mi época no existía, pero, ¿quién si no ellos lo habrán podido crear?
  • Archivar, etiquetar y catalogar todo. ¿De verdad hace falta que te diga que no confíes en esa nube?

Y ahora viene algo a lo Mulder, es decir, a lo mío: todo está conectado.

Tú piensas que los fantasmas, la aparición de seres extraños, criaturas mitológicas, animales fantásticos o premoniciones son para periodistas que juegan en otra liga. Pero estás equivocado. Todo son manifestaciones del mismo fenómeno. Son ellos jugando con nosotros, como siempre han hecho. En los 60 me obsesioné con el asunto y descubrí patrones —seguro que incluso donde no los había— de que todo formaba parte del mismo teatro cósmico. Yo los llamaba ultraterrestres.

Lo que investigaba aparecía y desaparecía de nuestras vidas, y no solo eran hombrecillos grises. También se vestían de ángeles, demonios o incluso de La Llorona. De eso, J.J. Benítez sabe un rato. No llegamos a conocernos, o a lo mejor sí… Lo que sí sé es que me leía. En 1970 publiqué un libro que, ¡sorpresa!, se llamaba Operación Caballo de Troya.

Con respecto a los Hombres de Negro, aunque no fui el primero en hablar de ellos, sí que mi visión de ellos es la que ha trascendido en lo que ahora llamáis la cultura pop. Hablo de los hombres de negro, sí, los jodidos Men in Black. Que os diré, que eran más parecidos al personaje de Tommy Lee Jones que al de Will Smith. Aunque reconozco que les dio su puntito, que no todo van a ser bofetadas. Siempre se repite el mismo patrón: hombres vestidos de negro, en autos negros y brillantes, como recién salidos de una fábrica inexistente. Los describían con piel demasiado pálida, a veces aceitunada, como si fueran extranjeros que intentaran imitar al estadounidense promedio… pero mal. Su forma de hablar era extraña: frases cortas, mecánicas, como memorizadas. Algunos ni siquiera sabían para qué servían utensilios comunes en una mesa. Uno de ellos, por ejemplo, recogió un bolígrafo de un testigo y se lo llevó como si fuera un artefacto desconocido.

Una mujer me contó que un hombre de estos apareció en su casa después de que ella y su esposo vieran una luz en el cielo. No preguntó por detalles técnicos ni trató de convencerlos de nada. Solo dijo, con una sonrisa rígida: “Olvídenlo. No hablen de esto con nadie. Es mejor para ustedes”. Luego se marchó en un Cadillac negro reluciente que desapareció en la carretera como si se hubiera desvanecido.

Fui un claro referente de la generación de los forteanos. Es algo así como la Generación del 27, pero más raritos. Y si has visto esta palabra —que no sé por qué en nuestra mente se asemeja al nombre de los miembros de una secta que creyera en Raticulín— el término viene de Charles Fort, un escritor e investigador estadounidense pionero en recopilar y estudiar todo tipo de fenómenos forteanos:

  • Inexplicables: no tienen explicación clara dentro de la física, biología o astronomía conocida.
  • Variados: incluyen ovnis, monstruos, bolas de fuego, lluvias de animales, poltergeists, apariciones, objetos caídos del cielo, etc.
  • Recurrentes pero dispersos: se presentan en diferentes lugares y épocas, a veces con patrones extraños.
  • Documentación y evidencia anecdótica: se basan en testimonios, recortes de prensa, registros históricos, fotografías o videos.

A continuación, os dejo algunas de mis citas más famosas:

“No se obsesione. Este asunto es un pantano emocional: cuanto más lucha uno, más se hunde.”

“La raza humana está siendo reprogramada. En la década de 1960, los jóvenes de todo el mundo se convirtieron súbitamente en pacifistas después de un milenio de violencia. Nuestro mundo fue invadido, pero no por marcianos o venusianos, sino por nuevas ideas y una nueva estructura interior que nos guiaría hacia las crisis previstas para los años noventa.”

“Si pudieras mirar lo suficientemente lejos hacia el cielo vacío, serías capaz de ver la parte posterior de tu propia cabeza.”

“La creencia es el enemigo.”

Poco a poco os iré desgranando más fenómenos de ese patrón, y puede que incluso os hable más de mí en el futuro. Por ahora prefiero terminar con una cita de Fort, sí, el forteano:

“Si existe una mente universal, ¿debe estar necesariamente cuerda?”

Nos vemos en los sueños de J.J. Conti.

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